Capítulo 3:

El milagro del gato

Siempre hay un mensaje divino oculto en las experiencias aparentemente negativas que atravesamos. Solo hay que penetrar bajo la superficie de cada situación para que su mensaje sea revelado.

~ Amma

Después de un mes viviendo en la comunidad espiritual emergente de mis amigos, empecé a notar un patrón curioso. Durante mis meditaciones, entraba con frecuencia en un alto estado de dicha y paz, alcanzando incluso el éxtasis sobre las alas del nombre divino. Pero una vez terminada la meditación, muchas veces en cuestión de minutos me había olvidado completamente de Dios y comenzaba a pensar con rabia en el pasado, o a maldecir alguna catástrofe menor del presente. Incluso un golpe en el dedo gordo del pie lograba hacerme gritar obscenidades. Me di cuenta de que un devoto más avanzado sería capaz de permanecer inmerso en la paz y la devoción, sin importar las circunstancias. Me dije que, para llegar a ser sannyasin, tenía que poder percibirlo todo y a todos como si fueran Dios disfrazado, y ver cada dificultad como un regalo de lo Divino. Así, maldecir pasaría a ser cosa superada.

En un momento de inspiración, decidí que, en lugar de enojarme en situaciones difíciles, haría un esfuerzo consciente por mantenerme en sintonía con Dios, por permanecer en calma, y, en lugar de maldecir y decir groserías, cantaría los bhajans de Amma.

Muy pronto, Dios me dio una oportunidad maravillosa de probar la firmeza de mi nueva resolución.

Las primeras tormentas del invierno nos habían cubierto con cuarenta centímetros de nieve y las carreteras de montaña estaban heladas. Era peligroso conducir por ellas, sobre todo con un vehículo de tracción trasera como era mi destartalado, viejo y muy usado Plymouth Spirit, el único coche del mercado que había podido comprar con los 600 dólares que tenía. El nombre de la marca me había parecido la respuesta de Dios a mi plegaria: “Por favor, ¡muéstrame que me has guiado hasta el coche que debo comprar!”. Después aprendí que lo único que impedía que el coche entero se desmontara era un tornillo viejo, pero en mi ignorancia lo usé felizmente dos años. Cuando mi amigo John examinó mis neumáticos, totalmente lisos, me miró con aire divertido y dijo: “Te hago una sugerencia. Asegúrate de llevar siempre un gato en el maletero. Así, si el coche derrapa y sales de la carretera y una rueda delantera se queda atascada en la nieve, tendrás medio de salir. Solo levanta la rueda atascada con el gato. Eso pondrá más peso en las ruedas traseras y estas te ayudarán a salir”. Revisé el maletero para asegurarme de que tenía un gato y metí allí un saco grande de arena para aumentar el peso trasero y así mejorar la tracción.

Pocos días después tuve la oportunidad de practicar la técnica que John me había propuesto. Para cuando terminé de calentar el coche esa mañana ya eran las 7:40 y tenía que estar en el trabajo a las 8:00. Como era habitual en mí, había dejado solo veinte minutos para un recorrido de media hora. Subí a mi coche y conduje a cierta velocidad, descendiendo por una carretera llena de curvas. Un par de kilómetros después, justo antes de una curva cerrada, el volante dejó de responder y, cuando pisé el freno, ¡siguió circulando como si nada! No sabía que, después de la lluvia de la noche anterior, la temperatura había descendido bajo cero, por lo que toda el agua se había congelado; ahora a medio grado sobre cero, de modo que toda la carretera era una resbaladiza pista de patinaje. Con el freno pisado a fondo, seguí deslizándome a cincuenta y cinco kilómetros por hora, ¡directo hacia un poste de teléfono! Gritando barbaridades, giré el volante completamente a la izquierda y logré, por un pelo, evitar el poste, pero me estampé a toda velocidad contra la nieve, hasta que, pasados unos dos metros, el viejo coche se detuvo.

Un poco aturdido pero a salvo, me bajé del coche y comencé a evaluar la situación. Ambas ruedas delanteras estaban irremediablemente hundidas en cuarenta centímetros de nieve, de modo que no veía muchas posibilidades de salir de allí pronto. La técnica del gato de John podría funcionar con una rueda atascada, pero ¿cómo iba a hacerlo con ambas ruedas delanteras enterradas en la nieve, a dos metros de la carretera? Dudaba que sirviera de algo, pero tenía que intentarlo igualmente.

En cuanto a mi nueva resolución, como era de esperar, había fallado en el momento crucial, pero me pareció que Dios no me culparía por eso. Lo bueno fue que me di cuenta de que no me sentía enfadado. De hecho, reconocí el momento como una oportunidad maravillosa para probar si mi devoción era capaz de mantenerse firme ante la adversidad. Con ese optimismo, dirigí mis pensamientos a Amma y, caminando hacia el maletero en medio de la nieve, que me llegaba a las rodillas, empecé a cantar Durgue, Durgue, Durgue Jai Jai Ma! Abrí el maletero, saqué el gato y rasgué el saco de arena. Retiré uno de los tapacubos y lo usé como una pala de juguete para echar lo que cabía de arena debajo de las  ruedas traseras (¡Karuna  Sagari Ma! ).  El tapacubos se convirtió entonces en una pala de nieve, que usé para abrir un camino hasta la carretera (Kali Kapalini Ma!). Luego puse el gato bajo el eje delantero derecho y levanté esa esquina lo más alto que pude (¡Jagadambe Jai Jai Ma!). Esperando, contra toda lógica, que el cambio de peso fuera ahora suficiente para llevar mi destartalado coche de vuelta a la carretera, me senté en el asiento del piloto, encendí el motor, metí la marcha atrás, recé una oración… y pisé el acelerador.

PAM!

No funcionó. Las ruedas traseras giraron sin remedio sobre el hielo y el coche se movió menos de dos centímetros, ¡justo lo suficiente para tumbar el gato! Pero yo no estaba enfadado. De hecho, me estaba divirtiendo, sintiendo el flujo continuo de mi amor hacia Dios pese a las circunstancias. Seguí intentándolo. Eché más arena bajo las ruedas, usé la pala improvisada otra vez, volví a montar el gato y seguí cantando… Pero después de más de una hora de trabajo y varios bhajans, seguía sin ver ningún resultado. Con ambas ruedas delanteras atascadas, un gato no bastaba para levantarlas lo suficiente como para que cayera el peso necesario sobre las ruedas traseras. “Si tuviera otro gato”, pensé, “podría levantar ambas ruedas delanteras y estaría fuera de aquí en un minuto”. Pero ¿qué sentido tenía fantasear tanto? Tenía los pantalones mojados, nieve dentro de las botas y empezaba a temblar de frío. Sin embargo, recordando mi resolución, seguí orando y cantando y decidí probar la técnica del gato una vez más.

Por décima vez, me dirigí al maletero para buscar arena. Y esta vez, cuando lo abrí, mis ojos se desorbitaron de la impresión.

Estaba soñando? Ahí mismo, sobre el saco de arena que había usado más de una hora, encontré un gato nuevo, sin usar, un gato que nunca había visto. Un segundo más tarde, mis ojos se desorbitaron aún más. ¡En una de las bisagras del nuevo gato había un caramelo!

¡Por… Dios…!

¡Un milagro! ¡Un milagro de Amma!

Solté un grito de alegría y me incliné para besar el gato que Dios me había enviado. Con profunda devoción, abrí el caramelo y me lo metí en la boca para saborear cada partícula de su dulzura. Luego me puse manos a la obra y usé ambos gatos para levantar las ruedas delanteras. Y esta vez, cuando pisé el acelerador, las ruedas traseras se sostuvieron en la arena y mi oxidado Spirit salió disparado hacia la carretera, libre al fin.

Quince minutos más tarde estaba de vuelta en mi cálida habitación, sentado frente a mi altar, sorbiendo una taza de chocolate caliente. En el trabajo aceptaron amablemente mis disculpas cuando llamé por teléfono; la mayor parte del personal no había podido llegar ese día.

Mientras contemplaba con asombro renovado la fotografía de Amma, se me ocurrió que los dos gatos simbolizaban diferentes conceptos espirituales. Me pareció que el primero representaba mi esfuerzo personal en el sendero, mientras que el gato que se había manifestado de manera tan milagrosa no podía simbolizar más que la gracia del Gurú. La enseñanza estaba clara: mis propios esfuerzos, por sí solos, jamás serían suficientes para alcanzar la Liberación. Solo cuando estos se combinaran con las bendiciones de mi Gurú quedaría mi alma libre del frío y profundo banco de nieve del samsara,18 para saborear el delicioso chocolate caliente de la Iluminación.

Las experiencias son, de hecho, el Gurú de cada ser.

~ Amma