Capítulo 1:

Los fuegos artificiales de Kali

Hijos míos, algunos dicen que enamorarse es una caída. Pero enamorarse de la Madre Universal no es una caída: es un ascenso.

~ Amma

Conocí a Amma en julio de 1987, a la edad de veinticinco años. Cuatro años antes, estando en la universidad, había pasado por un poderoso despertar espiritual y a través de libros como Autobiografía de un Yogui, de Yogananda, y Miracle of Love, del maestro estadounidense Ram Dass, descubrí las vidas y las enseñan zas de los Maestros hindúes. Inspirado por las enseñanzas de la gran Santa Anandamayi Ma, me hice vegetariano y al cabo de un mes comiendo solo comida vegetariana me sorprendió notar que me sentía definitivamente más calmado. No tenía ni idea de que un cambio de dieta pudiera tener un efecto tan poderoso en mi vida emocional.

Al mes de cumplir veinticuatro años, me mudé al Sivananda Yoga Center en Manhattan y, mientras hacía trabajos temporales de procesamiento de textos, comencé a leer las enseñanzas de Swami Sivananda y a practicar hatha yoga.Al cabo de unas semanas ya estaba guiando su programa matutino de bhajans,tocando el armonio.

Seis meses después, en un retiro de kriya yoga en Massachu setts, conocí a Anjeline, una chica guapa de Amherst que dijo que quería un compañero con quien estudiar Un Curso de Milagros.Me guiñó un ojo y al poco tiempo nos enamoramos. Un par de meses más tarde estábamos viviendo juntos, practicando sexo tántrico y disfrutando enormemente de nuestra relación.

Sin embargo, después de ocho meses de estar juntos, me sorprendió descubrir que mi apetito sexual estaba saciado. No sabía que tal cosa fuera posible! Si bien nuestra relación me había ayudado mucho a sanar y fortalecerme, ahora estaba claro que el sexo y el romance me satisfacían solo a un cierto nivel. Sin duda,no colmaban mi hambre más esencial: mi anhelo de conocer a Dios. Sentía una llamada cada vez más fuerte a convertirme en monje, a mudarme a India, quizás, y a renunciar a todo para tratar de ser como los grandes yoguis sobre quienes había leído en Autobiografía de un Yogui.

Como es natural, a Anji no le gustó la idea en absoluto. Decía que la única razón por la que iría a India sería para comprar ropa, y que en ningún caso se quedaría más de dos semanas. “Además, ¿cómo que convertirte en monje? ¿Qué hay de NOSOTROS?”. —¿Nosotros? ¡Yo quiero a DIOS!

Fue nuestra quinta pelea del mes. Ella simplemente no entendía mi obsesión con aquello de conocer a Dios. Su noción de espiritualidad consistía en orar a los ángeles para que protegieran a su gato, y eso estaba perfectamente bien. De hecho, yo la quería mucho, tenía muchas cualidades… Pero ¿podríamos realmente construir un futuro juntos?

Esperando, en mayor o menor grado, que nuestra relación no estuviera a punto de morir, fuimos a un retiro de tres días enfo- cado en La Muerte y el Proceso de Morir, en el Providence Zen Center de Rhode Island. Allí tuve una conversación con una de las monjas Zen mientras trabajaba en la cocina (Anji estaba ocupada en otra parte). Le mencioné que podría estar interesado en hacerme monje y vivir en India. Ella dijo: “Bueno, dentro de seis semanas vendrá una santa hindú a nuestro centro de Boston. Me han dicho que es maravillosa. ¿Por qué no vas a verla?”. Anoté la información y me prometí que iría.

Alrededor de una semana más tarde, encontré una copia de El Evangelio de Sri Ramakrishna en la biblioteca de nuestro centro de Un Curso de Milagros. De esta obra me habían comentado que era un clásico espiritual que simplemente había que leer. Acostado en una silla del jardín trasero de la casa de Anji, abrí el libro al azar y me topé con una foto de la estatua de Kali que Sri Ramakrishna había adorado hacía más de un siglo.

Y en ese mismo momento…

¡Pum! ¡Pum! ¡Pumba! ¡Pum! ¡Capuuum!

¡Casi me caigo de la silla!

Alguien en el jardín de al lado había detonado unos fuegos artificiales muy ruidosos. No me pasó desapercibida tal sincronía y al poco tiempo me encontré embriagado con la vida y las enseñanzas de este increíble Maestro. Sri Ramakrishna fue una Encarnación Divina del siglo xix cuya desbordante devoción a Dios lo llevó a la revelación directa de su amada Kali, a quien él adoraba como el Poder y la Fuente Suprema de toda manifestación. Él creía que Kali, el aspecto creativo de Dios, es tan inseparable de Brahman, el Absoluto, “como el fuego y su poder para quemar”. Según él, “Brahman es Kali; Kali es Brahman. Son dos aspectos, masculino y femenino, de la misma Realidad Suprema: Satchitananda, Existencia-Consciencia-Dicha Absoluta”. Con el progreso de su práctica espiritual, llegó a tener varias visiones y una comunión íntima con todas las deidades principales del hinduismo. En una ocasión, se disfrazó de mujer para poder sentir más plenamente la devoción de Radha (la consorte del Señor Krishna durante su infancia) y llegó a recibir muchas visiones de Krishna. Guiado por su Gurú, Totapuri, pasó meses ininterrumpidos en samadhi, un estado de completa absorción en Brahman. Durante ese período, sus discípulos tuvieron que encargarse de cuidar de su cuerpo, pues él era incapaz de hacerlo por sí mismo. Cuando finalmente descendió del samadhi, Kali lo guio para explorar el Cristianismo, y, al cabo de unos días, recibió una poderosa visión de Jesús, cuya divina figura se fundió con él, enviándolo de nuevo a un estado profundo de samadhi. Luego intentó enfocarse en los principios esenciales del Islam por unos días y pronto recibió una potente visión de Mahoma. Así, su vida nos revela que todas las religiones son esencialmente ciertas y llevan al mismo fin: la revelación directa del Ser Supremo.

Mis ganas de conocer a Dios crecían minuto a minuto!

Cuando el día del programa de la “santa” llegó, conduje desde el oeste de Massachusetts hasta Boston, donde estaba la sala de meditación Zen en la que se realizaría el programa. Me costó un poco encontrar un lugar para aparcar, así que llegué tarde y me senté en una de las filas traseras…, pero ahí estaba Amma, una joya oscura y radiante, conduciendo con vivacidad un programa de bhajans sobre un pequeño escenario. No pude evitar sentirme impresionado por la vigorosidad de la música y por la extraordi- naria dedicación que reflejaban los rostros de los discípulos que estaban con ella en el escenario. Cuando se acabó la música, la gente formó una fila y se fue acercando a ella para, uno por uno, recibir su abrazo. Un poco a regañadientes, me uní a la fila.

Cuando estuve ya muy cerca de Amma, noté súbitamente un calor sutil en el aire, una vibración suave pero ardiente que pe- netraba en mi cuerpo. Entonces ella me atrajo hacia sí y me dio un abrazo particularmente íntimo e intenso. Después de un par de minutos, metió su dedo índice derecho en una pasta marrón y me tocó con él la frente durante unos instantes, como si estu- viera enviando energía a mi tercer ojo. Con una dulce sonrisa, me puso un pedazo de chocolate envuelto en papel de aluminio en la palma de la mano y luego me sorprendió mirándome direc- tamente a los ojos con una expresión de profundo cariño. Hmm.

Me senté, comí el chocolate y cerré los ojos. Rayos de luz blanca comenzaron a emanar del punto en mi frente donde su dedo había tocado, inundando mi visión interna. Me di cuenta de que tenía que haber algo muy poderoso en todo aquello, así que cambié mis planes: en lugar de volver a Amherst esa noche, dormiría en mi coche, llamaría al trabajo para decir que estaba enfermo y me quedaría para el programa de Amma a la mañana siguiente, en el que, según me habían dicho, tendríamos la oportunidad de hacer preguntas.

Pasé toda la noche despierto, con una tormenta eléctrica activa en mi cerebro, aparentemente resultado del toque de tres segundos del dedo de Amma.

¿Quién es esta mujer?